Hace ya una década, me encontraba en el altar, embargado por una emoción pura y sincera, listo para embarcarme en lo que yo creía sería el viaje definitivo de mi vida: el matrimonio. La promesa de un “para siempre” que era tan real, tan tangible, que cada fibra de mi ser vibraba con anticipación. Sin embargo, así como las mareas cambiantes, no todo en la vida se mantiene constante. Experimenté la alegría efímera de dos embarazos que, trágicamente, terminaron antes de que pudiera sostener a mis hijas en mis brazos. Esos momentos me marcaron de una manera que las palabras no alcanzan a describir, dejando una cicatriz en mi corazón y mi alma.
Mi travesía por el amor no ha sido menos tumultuosa en otros aspectos. Años después, la desilusión de haberme entregado completamente a la mujer equivocada, creyendo contra toda lógica y consejo que el amor podría transformarla, esperando que al final valiera la pena. Pero solo me vi atrapado en una espiral de maltrato y dolor. Esto cerro mi corazón durante mucho tiempo. Pero a pesar de estas tormentas, y topar con pared tras vivir una relación efímera tras otra, me es imposible cerrarme a la idea de cesar mi búsqueda y el deseo de conexión. Y menos cuando me suelo ver rodeado de tantas mujeres por mis pasiones como la fotografía, el estilismo, o la magia y la lectura de cartas.
La adversidad tocó también a mi carrera y salud, desviándome de mi camino como desarrollador web y lanzándome a un mundo de incertidumbre a los 40 años. La enfermedad, específicamente la HS, me hizo dudar de mi valía y me llevó a cuestionar mi merecimiento del amor. Sin embargo, en el proceso de enfrentar estos desafíos, he aprendido la importancia de la autoaceptación y el amor propio, comprendiendo que mis valores y esencia son lo que verdaderamente me define.
En una relación, valoro, sobre todo, la calidad del tiempo compartido, ya sea viajando juntos, disfrutando una película, o simplemente caminando de la mano. Estos momentos, para mí, son la esencia de la vida compartida: el respeto mutuo, la lealtad, el apoyo, y la confianza. Busco a alguien que vea en mí no solo un amante, sino también un cómplice de vida, alguien con quien compartir mis valores y mis sueños.
Reflexionando sobre mis experiencias, reconozco cómo la era digital ha transformado el amor y las relaciones, a menudo incentivando las conexiones superficiales que desechan la profundidad y la autenticidad. A pesar de las oportunidades para conocer muchas personas, mi anhelo siempre ha sido por una conexión genuina, un lazo que logre trascender lo efímero y se enraíce en lo eterno.
Mis esperanzas y sueños permanecen intactos: superar mis desafíos personales y profesionales, mejorar mi calidad como persona y ser humano, encontrar a esa compañera ideal que anhelo, y construir juntos un futuro lleno de felicidad. A pesar de los duros golpes, mi fe en la vida y en el amor sigue firme. He vuelto a sentir esa ilusión bonita en mi corazón, un sentimiento que se percibe tan extraño porque ya comenzaba a olvidarlo. Mis valores y experiencias, serán mi guía.
La responsabilidad afectiva se ha convertido en un pilar en mi vida. He aprendido que no se puede, ni se debe, abrir el corazón a alguien nuevo si aún está herido. Mi última relación seria (la más dolorosa hasta la fecha), me enseñó la importancia de sanar antes de intentar construir algo nuevo, ya que no es justo ilusionar a alguien si tu corazón no funciona. También aprendí que no se puede cambiar a alguien que no desea hacerlo, y con ello aprendí a respetarme y amarme lo suficiente como para no aceptar menos de lo que merezco.
Este soy yo: Un hombre marcado por la vida, pero no quebrantado. Soy alguien que, a través del dolor y la pérdida, ha encontrado una fuerza inquebrantable y una esperanza renovada. Mi viaje hacia el amor verdadero es tanto una búsqueda de redención como un testimonio de la resiliencia del espíritu humano. En un mundo donde lo efímero y lo superficial se vuelve la norma, me mantengo firme en mi búsqueda de un amor auténtico, uno que se construya sobre la comprensión mutua, el respeto, y la pasión compartida.
A ti, lector o lectora que quizás compartas mi anhelo de encontrar algo real en esta era de conexiones desechables, te ofrezco mi historia no como un cuento de advertencia, sino como uno de esperanza. Porque si algo he aprendido en este tortuoso camino, es que el amor verdadero, ese amor que arranca suspiros y desafía el tiempo, aún existe, debe existir. Y en la búsqueda de ese amor, me encuentro más vivo, más abierto, y más ilusionado que nunca para compartir mi mundo con alguien que, al igual que yo, crea en la magia de un “para siempre” auténtico.
Aquí he plasmado mi corazón en palabras, y espero que sea una invitación a mirar más allá de las heridas del pasado y de las incertidumbres del futuro, y a creer, como yo sigo creyendo, en la posibilidad de un amor inquebrantable. Porque, al final del día, es el amor lo que nos define, lo que nos redime, y lo que nos une en la más profunda y verdadera humanidad.
¡Hasta la próxima!